viernes, 4 de febrero de 2011

BLOQUE 12 de TEMAS

12.1 La oposición al sistema liberal: Las guerras carlistas. La cuestión foral.

Del cuarto matrimonio que contrajo Fernando VII con María Cristina de Borbón nació Isabel de Borbón. Hasta entonces el hermano del rey, Carlos Mª Isidro habría sido el heredero de la Corona pero la abolición de la Ley Sálica suponía la concesión de derecho de la hija para reinar en España. Esto supuso el incio de un conflicto ideológico entre los partidarios del liberalismo (que tendrían la oportunidad de acercarse a la Corona)y los absolutisas o carlistas (defensores de la legitmidad de Carlos). En cuanto se dió a conocer la muerte del monarca se levanataron los carlistas, dando así el comienzo de una guerra civil (1833-39) a causa del problema sucesorio del momento.

El carlismo, corriente política ideológicamente absolutista, tiene su inicio con la aparición del Manifiesto de los Realistas Puros, un manifiesto que pedía un relevo de trono y que causó una inurrección de los Pirineos y el definitivo apoyo de algunos absolutistas radicales a la legitimidad del hermano del rey para la sucesión del trono. Los carlistas también defendían una economía protocapitalista, el mantenimiento de las tradiciones religiosas y los fueros de cada región, así como también la defensa de una sociedad aristocrática.
Este movimiento mayoritariamente compuesto por campesinos, clero secular y regular, alguno noble y artesanos, se acentuó sobretodo en el País Vasco, Navarra y la zona interior de Cataluña y algunas de Aragón.

La primera guerra carlista coincide cronológicamente con la regencia de Mª Cristina (madre de Isabel de Borbón), una regencia en la que se llevaron a cavo diferentes reformas liberales.
Esta primera guerra civil entre carlista e isabelinos se puede dividir en tres fases: una primera (1833-35) en la que se consolida el carlismo en las zonas del Norte y Noreste peninsular. El general Zumalacárregui consiguió aglutinar en un ejército regular a los voluntarios carlistas. Éste puso sitio a Bilbao, donde no sólo fracasó, sino que también murió.
En la segunda etapa (1835-37) se caracteriza por las reofensivas carlistas y las distintinas expediciones organizadas, como la que dirigió el propio don Carlos llegando a las puertas de Madrid sin éxito, pues, a diferencia de las otras operaciones, don Carlos se sentía inseguro de ocupar dicha ciudad y tomó la decisión de retirarse hacia al Norte.
En la última etapa (1837-40), el cansancio por la incapacidad de derrotar al enemigo llevó a la escisión de los carlistas en partidarios de acabar la guerra y exaltados que ofrecerían resistencia. Espartero llegó a un acuerdo con el general carlista Maroto, en el Convenio de Vergara (1839): se acordó la integración del ejército carlista en el isabelino y la promesa de la negociación de los fueros en Navarra y País Vasco.
Carlos Mª de Isidro se exilió. Aún así, esta no fue la última guerra carlista, se produjeron dos más a lo largo del siglo XIX (segunda guerra carlista desde 1846 a 1849 y la tercera desde 1872 y 1876).

Αunque se acordara el respeto de los fueros, a medida que pasaba el tiempo se fueron eliminando los fueros hasta su totalidad tras la tercera guerra carlista. Los liberales defendían que las leyes debían ser para la personas y no para los territorios.

12.2) Isabel II (1833-1843): las Regencias.
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12.3) Isabel II (1843-1868): el reinado efectivo.
Tras un período de regencias, el adelanto de la mayoría de edad de Isabel II abrió una nueva etapa política caracterizada por el predominio de los moderados en el gobierno, ya que solo estuvieron fuera del gobierno en dos ocasiones. Se distinguen en este período 4 etapas: la década moderada (1843-53), el bienio progresista (1854-56), el gobierno de la Unión Liberal (1856-63) y la crisis del sistema liberal (1863-68).

Tras la caída de Espartero, se formó un gobierno presidido por el general Narváez, un periodo de estabilidad y orden respaldado por el ejército y las élites sociales.
Para garantizar el ejercicio del poder, el partido moderado promovió elaboró la Constitución moderada de 1845; entre sus principios básicos constaba la confesionalidad del Estado, sufragio censitario restringuido y el recorte de libertades individuales.
Se adaptaron una serie de medidas, como la creación de la Guardia Civil, y otras que influían en la reorganización administrativa del Estado, como la Ley de Ayuntamientos, o reformas económicas, como la potenciación de los impuestos. También en esta etapa se firmó el Concordato con la Santa Sede, en el que el Papa reconoció a Isabel II como reina y aceptó la pérdida de los bienes eclesiásticos ya desamortizados. A cambio el estado español se comprometió a subvencionar a la Iglesia y a entregarla el control de la enseñanza y a encargarla labores de censura.
La situación económica de crisis en los últimos años del gobierno moderado alentó el clima de tensión social. El poder cada vez más dictatorial de Narváez culminó en un pronunciamiento de complejo desarrollo.

El bienio progresista se inicia con el golpe militar en Vicálvaro (la 'Vicálvarada') dirigido por el general O'Donnell. El pronunciamiento se radicalizó tras la publicación de un texto en el que los progresistas recogían diferentes peticiones: es el Manifiesto de Manzanares, el cual hizo que consiguieran un amplio respaldo popular y animó a otros generales a unirse a la rebelión. Finalmente, el golpe triunfó y propició la formación de un gobierno presidido por el progresista Espartero. La otra gran figura del gobierno, el general O'Donnell, creó un nuevo partido que trató de cubrir un espacio de centro entre moderados y progresistas (la Unión Liberal).
En esta segunda etapa progesista se incició una profundización de las reformas y medidas progresistas. En primer lugar, la elaboración de otra Constitución en 1856. Ésta, que no llegó a entrar en vigor, proclamaba la soberanía nacional y ampliaba los derechos individuales. Además, aprobó una nueva ley municipal que ampliaba el censo de electores --aunque seguía siendo sufragio censitario-- y aceptaba la democratización municipal.
Igual de importantes fueron dos leyes: la ley de la desamortización de Madoz, en la que se nacionalizaron un mayor número de bienes que en la de Mendizábal, y la ley de los ferrocarriles, la cual favoreció que en pocos años se desarrollara una modesta red de vías férreas.

En la última etapa, se produce una alternancia entre el gobierno de la Unión Liberal y los moderados de Narváez. Tras la inestabilidad política del momento y ante unas revueltas violentas en Madrid, O'Donnell --nombrado presidente en el 56-- volvió a proclamar la Consitución del 45 añadiéndole unas actas adicionales y apartando así a Espartero del poder. Poco después la reina lo sustituyó por Narváez, el cual dimitió en un momento en el que se había iniciado una crisis económica y algunos conflictos campesinos en Andalucía; por lo tanto, el líder de la Unión Liberal pasaba a formar gobierno otra vez (58).
La etapa que se iniciaba era más estable económica y políticamente. El crecimiento económico estaba favorecido por la extensión del ferrocarril y la instauración de un sistema capitalista en empresas ferroviarias extrangeras. Se suprimió la desamortización eclesiástica.

Desde 1863 hasta 1868, tras la caída del gobierno de O'Donnell, se sucedieron gobiernos moderados y unionistas dirigidos por conocidas figuras de la política como Narváez o Bravo Murillo, a la vez que se iban radicalizando las posturas de los progresistas. Fue además una etapa de crisis del sistema liberal tanto por corrupciones políticas como por el desprestigio de la figura de la reina Isabel II.

El creciente autoritarismo de Narváez llevó a la formación del Pacto de Ostende: unionistas, progresistas y republicanos se aliaron para derribar a Isabel II y el régimen moderado. De tal forma empezaría un período democrático en España.


12.4) El Sexenio democrático (1868-1874): Intentos democratizadores. La revolución, el reinado de Amadeo I y la Primera República.
Tras un período, con Narváez al poder, de creciente autoritarismo y crisis económica, los unionistas, los progresistas y los democráta se unieron mediante un pacto para formar una coalición política y derribar así el régimen agotado y corrupto de Isabel II y de los moderados.
Movidos por éstos objetivos, el general Topete y los que le apoyaban, hicieron estallar una sublevación en 1868 a la que se le unieron otras revueltas populares en diversas zonas del país (estos hechos son conocidos por el nombre de ''La Revolución Gloriosa'').

Inmediatamente, la coalición estableció un gobierno provisional presidido por Serrano, con el general Prim en el ministerio de Guerra. El nuevo gobierno convocó elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal, con las que los progresistas vencieron y marcaron con su ideología la Constitución de 1869 (contaba con una amplia declaración de derechos individuales, soberanía nacional, monarquía democrática con separación de poderes, sufragio universal masculino, libertad de cultos y con una desecentralización administrativa).Las Cortes también elaboraron dedicadamente leyes constitucionales, reformas judiciales y económicas.
El gobierno se volcó excesivamente en estas tareas, desatendiendo la voz del pueblo. Se iniciaba así el llamado 'Sexenio democrático' (1868-74).

Aprobada la constitución, Serrano fue nombrado Regente y el general Prim pasó a presidir el nuevo gobierno. Fue en esta etapa cuando se adoptó una política librecambista y se estableció la peseta como moneda.
Aparte, el gobierno de Prim tuvo que hacer frente a problemas como las revueltas campesinas en Andalucía, un conflicto añadido a los levantamientos republicanos que fue causa de la declaración de estado de guerra. El estallido de la guerra en Cuba, una guerra que durará diez años, tampoco favoreció la situación en la que se encontraba el panorama político del momento.

A la vez, destronada la reina, se había iniciado la búsqueda de un nuevo rey para España y que aceptara la constitución. Entre una amplia lista de candidatos propuestos, se escogió a Amadeo de Saboya (1871-73), hijo del rey de Italia, a quien Prim apoyaba decididamente y consiguió, al final, que las Cortes lo nombrasen sucesor del trono. Éste contaba con un escaso apoyo tanto dentro del gobierno como en las opiniones populares. Sin embargo, Prim fue asesinado y, ante su ausencia, la posición del rey se debilitaba grandemente.
El período de monarquía constitucional también estuvo condicionado por la oposición de los carlistas y el inicio de la 3ª guerra, la intervención de Estados Unidos en la guerra de Cuba y la creciente hostilidad política y social en contra de su reinado.
Impotente y harto de la situación, Amadeo I abdicó y la Cortes proclamaron la I República el mismo año.

La etapa republicana, la cual duró tan sólo un año, se caracterizó por ser un año de gran inestabilidad política, ya que, el gobierno llegó a estar en manos de cuatro presidentes de diferentes corrientes ideológicas y diferentes concepciones del estado dentro de el republicanismo español (unitarios y/o federalistas): Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar.
Los gobiernos republicano, además de emprender una serie de reformas radicales, tuvieron que enfrentarse a los aún existentes conflictos bélicos: la guerra cubana, la tercera y última guerra carlista y las sublevaciones campesinas y cantonales, las cuales fueron reprimidas fuertemente por el ejército durante la presidencia de Castelar.

Dentro del ejército había una gran mayoría que conspiraban a favor de la idea para volver a el reinado de los Borbones (alfonsinos). El general Pavía dirigió un golpe de estado militar (1874), causa de la disolución de las Cortes, la suspensión de la Constitución del 69 y se inició una dictadura militar encabezada por el general Serrano; ésta fue una época de grandes avances sociales y económicos.

12.5.)Reinado de Alfonso XII: El sistema canovista y la Constitución de 1876.
Durante la Primera República fue creciendo la oposición que defendía la vuelta de los Borbones (partido alfonsino). Entre ellos Cánovas, quien se había negado a participar en los últimos gobiernos republicanos, intentaba promover el regreso de la monarquía constitucional por medio de la figura del hijo de Isabel II, Alfonso de Borbón.
El joven don Alfonso firmó el Manifiesto de Sandhurst, en el que se garantizaban las intenciones del monarca si se restauraba la monarquía constitucional. Este documento estaba redactado por el propio artífice de la Restauración, D. Antonio Cánovas del Castillo.
El pronunciamiento de Martínez Campos rompía con el Sexenio Democrático e impulsaba precipitadamente la Restauración monárquica (1875-1902), sin contar con el apoyo de Cánovas, puesto que rechazaba el intervencionismo militar en las actividades políticas del país.

Don Antonio Cánovas del Castillo forjó la solidaridad entre grupos sociales para proponerles un nuevo sistema político. Su programa había sido elaborado bajo la atracción por el sistema estable inglés, su profundo conocimiento de la historia española y el liberalismo doctrinario, defendiendo una monarquía parlamentaria y conservadora.
El contexto internacional favorecía al cambio, ya que, tanto Francia (por reacción a la Comuna de París) como Alemania (bajo la dirección de Prusia), tenían también sus sistemas políticos convervadores.

El llamado sistema canovista basaba su organización en objetivos como la pacificación o la vuelta al orden con el fin de acabar, por una parte, con la Guerra de Cuba y, por otra, con la Tercera Guerra Carlista. La derrota de los carlistas supuso la supresión de los fueros e instituciones vascas, hecho que alimentaría posteriormente el nacionalismo; no obstante, el País Vasco conservó su autonomía fiscal. La guerra cubana finalizó en 1878 con la Paz de Zanjón, aunque más adelante rebrotaría desembocando en la independencia de la isla y en una guerra contra Estados Unidos.
Otros de los elementos que hicieron posible el sistema canovista fueron la elaboración de una nueva Constitución, el bipartidismo basado en dos partidos de tradición liberal que se irían turnando en el poder y la importancia del papel de la Corona.

El régimen de la Restauración se dotó de una nueva constitución que está básicamente heredada de la moderada de 1845 (por la soberanía compartida, el sufragio, el control de la enseñanza...) y de la de 1869 (por los derechos individuales).
Los principales rasgos de este nuevo texto constitucional son: la soberanía e ini ciativa legislativa compartida (la potestad de hacer leyes reside en las Cortes con el Rey), sufragio restringido (aunque no estaba especificado el tipo para hacer más cómodo el cambio de partidos), el recorte de la libertad religiosa (era un país confesional pero se aceptaba la libertad de cultos); el estado centralista (Ayuntamientos y Diputaciones quedan bajo el control gubernamental y se remite su funcionamiento a leyes orgánicas) y Cortes bicamerales.

Para el funcionamiento adecuado del sistema resultaba imprescindible sustituir el gran número de partidos por dos grandes bloques, dando importancia a la tradición liberal, es decir, los moderados eran conocidos ahora por conservadores (Partido Liberal Conservador, liderado por Cánovas), y los progresistas, llamados ahora liberales (Partido Liberal Fusionista, liderado por Sagasta). La viabilidad de estos dos bloques para alternarse el gobierno dependía en la colaboración de la oposición y en el respeto de las reglas establecidas constitucionales.
Los conservadores se ocuparon sobre todo de desenvolver las medidas de carácter administrativo para adecuarlo al texto constitucional; en cambio, los liberales ampliaron y recuperaron derechos individuales y colectivos.

El fortalecimiento de la Corona se constituyó como eje del Estado. El rey tenía el poder ejecutivo para elegir ministros y dirigir el mando del ejército (aparición de la figura del rey-soldado), pero también el legislativo compartido con las Cortes. Fue, además, el que disolvió las Cortes.

12.6) La Regencia de María Cristina de Habsburgo y el turno de partidos. La oposición al sistema. Regionalismo y nacionalismo.

Tras la temprana muerte del rey Alfonso XII, figura fundamental de la Restauración, asumía la regencia su viuda, Mª Cristina de Habsurgo, hasta la mayoría de edad del futuro Alfonso XIII. En esta etapa el sistema canovista acabó de consolidarse.

Cánovas, defensor del bipartidismo inglés como medio para estabilizar la monarquía parlamentaria, quiso ensayar en España la alternancia pacífica en el gobierno de liberales y conservadores (sistema canovista). Los dos líderes de los únicos partidos del momento, Cánovas y Sagasta, ambos liberales, se sucedieron alternativa y pacíficamente el gobierno.

Éstos establecerion un acuerdo, el ''Pacto del Pardo'', en el que se comprometieron a apoyar la regencia, a facilitar el relevo en el gobierno cuando éste perdiera prestigio y apoyos en la opinión pública y a no derogar la legislación que cada uno de ellos aprobara en el ejercicio del poder. La institucionalización que establecía el pacto garantizaba la estabilidad del sistema. Sin embargo, contribuyó a agudizar la corrupción política y a falsear la voluntad popular (el turnismo).

El partido, ya fuera conservador o liberal, fijaba los resultados electorales siempre de forma pactada y negociada con los líderes del otro, siguiendo una estrategia turnista. El turnismo se dió por imposición entre 1875 y 1890 pero a partir de los noventa, ayudado por la cesión de sufragio universal masculino, fue creciendo la corrupción política. Ésto se pudo llevar a cabo en base a diferentes métodos.
La primera práctica recibía el nombre de “encasillado”. Consistía en la elaboración de una lista con los nombres de cada uno de los diferentes distritos electorales; posteriormente se colocaba en cada casilla el nombre del candidato seleccionado por el gobierno para ser diputado, que tenia así, por decisión gubernamental, ganada la elección antes de producirse las votaciones. Siempre se reservaba, para el partido turnante en la oposición, un número suficiente de diputados. Pero, para asegurar los resultados electorales deseados por el gobierno era imprescindible la colaboración de los llamados “caciques”compuesto, por ejemplo, por terratenientes que controlaban los votos de los campesinos analfabetos de pueblos y municipios rurales para garantizar de modo fraudulento los resultados fijados en el “encasillado”.
El ''pucherazo'' también se hizo común entre las medidas utilizadas en el caciquismo. Esta práctica manipulaba votos y listas de votantes e incluso se hacían cambios de urnas.
También las crisis políticas eran fingidas.

En 1886 llegó al poder el Partido Liberal de Sagasta que protagonizó el llamado 'Parlamento Largo', pues fue el mayor período de gobierno de un mismo partido, lo que le permitió aprobar importantes leyes como la ley de asociaciones y la nueva ley electoral. En 1890 el Partido Conservador regresó al gobierno, y durante el resto de la década se alternaron los partidos cada dos años, siempre dirigidos por Cánovas y Sagasta aunque fueran destacando otras personalidades (Maura en el liberal y Francisco Silvela en el conservador). En estos años hay que destacar la creciente agitación social protagonizada por el movimiento obrero y anarquista y la organización de huelgas. Aún así, la crisis del sistema no se produjo hasta estallar una nueva guerra en Cuba, por demandas independentistas.

Hasta entonces el éxito del sistema fue posible en gran parte por la debilidad de la oposición, constituida por un grupo heterogéneo de movimientos políticos o ideológicos, pero poco a poco iba creciendo.
Ya en el último cuarto del siglo XIX, la principal oposición a la monarquía estaba representada por los grupos republicanos, carlistas, anarquistas y algunos socialistas. Los carlistas tenían más fuerza en Navarra y el País Vasco, pero era un movimiento cada vez más residual que apenas supuso problemas.
Los republicanos se caracterizaron por su disgregación en diferentes tendencias y nunca constituyeron un partido único. Era un grupo originario del Sexenio bastante débil políticamente. Con su base social en las clases medias urbanas, estos grupos defendieron la democratización del régimen y diversas reformas sociales. Estuvieron bastante desorganizados, destacando por ejemplo el Partido Radical Republicano, fundado en por Alejandro Lerroux.

A estos movimientos se sumaron los regionalismos y los nacionalismos que, en oposición al régimen, defendían el autogobierno y tenían como objetivos como la creación de instituciones propias y la autonomía administrativa. Los que más destacaron fueron el nacionalismo vasco y el catalán pero, en menor medida, también el gallego y el valenciano.

En principio nacieron como un fenómeno cultural (la ''Renaixença'' en Cataluña y ''Rexurdimento'' en Galicia; rescatando la lengua y las costumbres autóctonas). Encontraron un apoyo social en la burguesía industrial por intereses económicos y los grupos más conservadores y católicos (en el caso del País Vasco), de los cuales obtuvieron los recursos económicos necesarios para comenzar su funcionamiento. Sobre todo en Cataluña el componente económico y la necesidad de protección y defensa de la industria textil fue muy importante. Les unía también la presencia de vertientes anticentralistas.

El movimiento de mayor envergadura se desarrolló en Cataluña, a finales del siglo XIX. Era un movimiento puramente burgués en el que la importancia histórica y cultural estaba presente. La burguesía catalana reclamaba una política económica proteccionista y la autonomía política.
Un ideológo catalanista importante fue Valentí Almirall, fundador del ''Centre Català'', una organización que denunciaba el caciquismo y pedía la autonomía. Poco después, Prat de la Riba fundó la ''Unió Catalanista'' para unificar tendencias y promover las Bases de Manresa, en las que se incluía un proyecto de Estatuto de Autonomía.
A partir del Desastre del 98, Francesc Cambó y Prat de la Riba se encargaron de promover la Lliga Regionalista, un partido convervador, burgués y catalanista que se distanciaban de las tendencias independentistas.

En el País Vasco se desarolló un nacionalismo más radical, surgido como respuesta a los cambios que se dan en la región por la industralización. Se extendió un concepto de la llamada raza vasca de carácter racista y xenófobo, se consideraban superiores a los immigrantes que habían llegado para trabajar en las nuevas fábricas. Se indentificaban con el capitalismo y el centralismo español y con una línea de pensamiento católico y antiliberal. Sabino Arana fue el principal ideólogo, fundador del Partido Nacionalista Vasco. A partir de 1898 el programa político empieza a tomar un carácter independentista.

12.7.) Guerra colonial y crisis del 98
Cuba y Flipinas estaban sometidas al poder de España, no tenían autonomía administrativa, ni derechos políticos de representación y estaban sometidas económicamente. En la Paz de Zanjón, tras la ''guerra larga'' con Cuba, se acordó dar a la isla cubana cierta autonomía, pero no se cumplió y se desencadenó así la ''guerra chiquita'' que culminó con la victoria de Martínez Campos.

En este contexto, pasado ya un tiempo, se dió la llamada crisis del 98 que implicaba tanto las cuestiones de Cuba como las filipinas. Este suceso se desencadenó en base a factores como la maduración del movimiento independentista en Cuba, cuyos líderes fueron José Martí y Antonio Maceo, y en las Filipinas, cuya sublevación estuvo dirigida por José Rizal.
Hasta entonces, la política colonial de los liberales y conservadores se había basado en la negación de cumplir aquello a lo que aspiraban los cubanos y filipinos: la autonomía; también en el interés económico de las colonias para el mercado interior, las materias primas que podrían explotar y las inversiones en los territorios.
Para Estados Unidos, también el territorio cubano despertaba interés, ya que si lo tuvieran bajo su dominio éso supondría tener en su poder el comercio del tabaco y del azúcar. Además, el emplazamiento de la isla resultaba especialmente atractivo para el control estratégico del Caribe. Los gobiernos de la Restauración no accedieron a venderle la isla.

En el momento en que estalló la guerra de Cuba (1895), los cubanos se levantaron y dominaron parte de la isla con una guerra de guerrillas. La política de Martínez Campo, intentando repetir la política de conciliación o apaciguamiento que anterior mente había triunfado, fracasó. Ésto supuso la extensión de la rebelión por toda la isla. En una segunda etapa del conflicto bélico, el general Weyler emprendió una dura acción represiva y aisló a las guerrillas con una guerra de desgaste. Destituido Weyler , se abogó por una política más sútil que pasó a conceder la autonomía a Cuba. La medida había llegado demasiado tarde y la revolución siguió su curso hasta la intervención de EUA con el pretexto del hundimiento del Maine (1898), hecho que los americanos atribuyeran responsable del accidente militar.
La victoria de este corto conflicto bélico la tuvieron los estadounidenses, tanto por la mayor calidad en técnicas y material de guerra, como así también la proximidad a sus bases.

En el problema filipino también habría intervenido EUA y, deñ mismo modo, España salió derrotada. Se firmó un acuerdo entre los rebeldes y el gobierno español, para poner fin a todo el conflicto hispano-estadounidense, en París. Éste supuso el fin del imperio colonial español, con la repartición de territorios que anteriormente habían sido colonias españolas: Puerto Rico, Filipinas, Guam y Cuba para los vencedores y el resto de tierras para los alemanes.

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